Esta familia mía es capaz de producir motivos y argumentos, de novelas y de cuentos largos, a veces difíciles de creer. Sin derecho al infierno, mi primera Novela, no sólo relata la historia del suicidio de un abuelo cansado de pecar, que busca con la muerte huir de la indignidad, sino que trata además de mostrar el abuso de poder como causa primera de los males sociales, sobre el telón de fondo de una sociedad pacata e hipócrita, desigual y estúpida, cuyos dirigentes se van haciendo expertos en endosar sus culpas a la gran masa que desfila casi sonámbula y anónima por la historia del país.
Las Sombras del encierro es mi segunda novela, salida de los rincones de una familia definida en la primera mitad del siglo XX, donde abundan las opresiones y los encierros, las pequeñas dictaduras de familia y las desigualdades, en una sociedad que insiste en caminar los senderos republicanos en medio de sus luchas intestinas, tratando de tapar su mediocridad y sus cotidianos desaciertos. Los personajes juegan a ser víctimas y victimarios, prisioneros y carceleros, todos encerrados en la maraña de sus sentimientos contrariados.
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